Publisher's Synopsis
Probablemente no exista un género más polifónico que el autobiográfico, porque es en sí mismo es mezcla de tiempos de cuento y recuento, acaso imposible, del bios, mediante el mecanismo virtual de hacer volver el pasado a un tiempo presente que siempre y necesariamente queda excluido por inaprensible. Pero, además, porque la autobiografía (y dentro de ella el subgénero confesional) es, a veces, como en la escritura de los grandes confesante que analizaremos en libros sucesivos (Che Guevara en el trágico periplo narrado en su Diario de Bolivia, el Althusser de L'avenir duree longetemp, sobre el asesinato de su mujer Hélène Legotienne, las largas introspecciones de los rehenes de tomados por los Extraditable, en Noticia de un secuestro de García Márquez, hasta la confesión judicial de un matricidio en boca de una adolescente puertorriqueña, en unio de los casos más sonados de principios de este siglo) -la confesión, decimos-, es un ejercicio para la muerte, una tanatografía, en la fecunda acepción de Derrida, esto es, una escritura que se adelanta, y escribe para el muerto, para el que habrá de recibir el rédito, para la firma, para el nombre del padre. Es así como el otro, como espejo ante el cual tiene lugar siempre la confesión; el juicio, como estructura articuladora, como mecanismo teatral de todo montaje confesional, la prosopopeya, como movimiento aleatorio doblemente configurador y desfigurante de las pulsiones, y la polisemia del lenguaje de la confesión, he ahí los cuatro elementos indisociables del relato confesional.